
Con una trama falsamente sencilla (aparente triángulo amoroso), y un cuadro excelente de personajes, Zolá ha creado una novela estremecedora. Se trata de una historia que se concibió para ser publicada por entregas, y se nota. Además Zola unió en un sola narración su interés por el mundo del ferrocarril (pretendido Progreso) y una novela criminal, que en principio se planearon como obras independientes. Se evidencia, de hecho, que podían haber sido proyectos separados, porque pese a las cinco estrellas para mí el conjunto resultante no es del todo armonioso. Aún así, aunque la tormenta de nieve y al accidente ferroviario parezcan intermezzos forzados, consigue atarlos a la trama principal. En cualquier caso, una maravilla de agilidad, economía y precisión de lenguaje junto a una penetración sin ambages en la mente de los personajes que pasma. En todos, pero en especial en los tres protagonistas y principalmente en Lantier. La compulsión criminal de éste, claramente sexual y sexista junto con el comportamiento típico de víctima de abusos infantiles de Severine parece propia del perfil de un analista del FBI. Los mismo con la evolución degenerativa de carácter del iracundo Roubaut.

No busquéis justicia ni lógica, y sí un retrato bastante descarnado de lo más vil de nuestra naturaleza, en el que, paradójicamente, el más inocente es el que más unido está a lo salvaje, mientras que los civilizados son carcasas de hipocresía que ocultan instintos feroces.
La imagen final de la locomotora en su avance quizás refleja la meta de Zolá: los atavismos de nuestro ser persisten indomables al tiempo que el progreso mecánico avanza imparable. Pero nosotros, seguimos en la cueva.
Me ha gustado, que sin poder hablar de igualitarismo (hay prejuicios, ¡cómo no!), como Zolá describe y acepta el deseo femenino como natural y en absoluto condenable. No hay idea tampoco de pecado, aunque sí cierta conciencia de una moral basada en la evolución que ha llevado a los humanos a concebir y crear máquinas como "La Lison" sin calar lo suficiente en nuestros instintos más animales.
Ausencia total de sentimiento religioso.
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